El Mesón de Eusebio Palacio
“Con estas “Memorias” tratamos de preservar el pasado, de impedir su extinción absoluta”
Nélida Ferrero Palacio
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Agustín Eusebio Palacio Fernández (Bembibre, 1865-08-27) y su esposa Isabel Martínez Núñez (Cubillos del Sil, 1871-05-19), en el año 1905 fijaron su residencia en Bembibre, donde construyeron la casa conocida como “Mesón de Eusebio Palacio”, a la salida del pueblo, margen izquierda de la Carretera Nacional VI Madrid - Coruña, dirección La Coruña.
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Puntos de interés
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42.61630º |
-6.41948º |
Mesón de Eusebio Palacio enlace externo: Web TesisALP |
Lindaba con tres calles: la fachada principal a la carretera, hoy “Avda. de Villafranca”, y las otras dos, a las actuales “Junta Vecinal” y “Eloy Reigada”; entonces caminos vecinales de huertas y prados. Delante había una gran explanada donde reunían el ganado vacuno para ser “embarcado” en tren con destino a Sevilla, Zaragoza y otros mataderos nacionales. En medio, un centenario negrillo, “el negrillón”, a cuya sombra esquilaban las ovejas en primavera.
La parte de la casa destinada a vivienda constaba de planta baja, un piso y buhardilla. La fachada principal tenia dos ventanas en el bajo, a ambos lados de la puerta; y una ventana, en medio de tres balcones, en el piso superior. Por la izquierda, lindaba con el “callejo” y la huerta de Don Primo; por la derecha, con la casa de Rogelio Nùñez, mas conocido por su oficio, “El Carrero”, los dos únicos vecinos. Estas dos casas fueron el antiguo Mesón de la familia de Matilde Álvarez, primera esposa de Rogelio; al derribarlas tenían vigas comunes. Desde la casa se entraba en el pueblo por un tramo de carretera bordeado de hermosos negrillos y huertas, que formaban un túnel desde la calle El Escobar hasta San Román. Estas dos familias, aisladas, formaron una piña, compartían servicios y afecto, vieron crecer a sus hijos como hermanos y hubo un matrimonio: Rogelio Palacio Martínez con Josefina Núñez Enríquez, sin descendencia.
Por la fachada posterior, que lindaba con un camino de huertas y prados, se entraba a las cuadras, el pajar, el granero, el patatero, el horno del pan y un patio con el pozo; agua que sólo se usaba para beber el ganado y fregar. En lo alto, amplios ventanales drásticos por donde se metía la hierba desde los carros con ayuda de grandes “engazos”; la de mejor calidad era la segada por San Juan, a últimos de Junio, para conservar todo el año. Delante de las dos fachadas discurrían regueros de agua cristalina, era frecuente ver pececitos que los niños intentábamos atrapar sin conseguirlo…
Desde el amplio zaguán, primero empedrado y mas tarde de cemento, se accedía al comedor y a la cocina “económica”, de carbón, por la izquierda; a la bodega, por la derecha, y, en frente, la puerta que comunicaba con el resto de la casa destinado a establos y demás servicios propios de la profesión de ganadero. La cocina “moderna” se comunicaba con la “vieja”, de leña, donde cocían la comida de los cerdos y curaban la matanza. Conservaba trébede, cadena, alacenas y fregadero de piedra con desagüe al callejo. Durante el invierno estaba muy concurrida y adornada en lo alto con ristras de chorizos, botillos, andollas, lacones, untazas,,. El portal estaba presidido por una imagen del “Cristo del Gran Poder” con farolillos a los lados, traída de Sevilla por sus hijos Rogelio y Paco, también ganaderos. En la gran cocina destacaba una mesa larga de nogal y el escaño adosado a la pared. En los cajones siempre había pan casero y fuentes con tocino, chorizos, jamón, cecina y carne cocida. ¡Aquella cocina hacía honor a su nombre!. Cuando llegaban los pastores se preparaban un buen bocadillo acompañado de una jarra de vino que sacaban directamente de la cuba. En frente, un armario colgado y la “cantarera” con el botijo del agua, los cántaros y calderos.
En el primer piso, siete dormitorios amplios: dos tenían ventanas al corredor solana, desde el que se veía el patio del vecino y el “callejìn” que conducía al cubil de los cerdos. Este era el lugar preferido para tomar el sol en invierno y poner a secar la ropa, las vainas para el caldo, los pimientos, el maíz, etc. En primavera se cubría con un rosal trepador de pequeñas flores. Allí cosían, hilaban, leían y descansaban.
Como se hospedaban tratantes amigos con sus “arreadores”, y en casa había trabajadores fijos y temporeros, podemos imaginar la vida tan animada que se respiraba. Todo era trabajo, armonía y sana alegría.
No tenían agua corriente, usaban la del pozo y los regueros; para beber sólo de la “fuente de los caños” y del pozo del vecino. El retrete estaba fuera de la casa y consistía en un banco de madera con tapadera, sobre un “pozo ciego”.
LA MATANZA era un acontecimiento del que tomaban parte familiares y amigos para disfrutar y ayudar. Sacrificaban varios cerdos criados en casa y novillos. Derretían la manteca y en ella ponían manzanas de “repinaldo” a las que se añadía azúcar y estaban riquísimas; así como las típicas “bollas de chicharrón” hechas con chicharrones, harina, azúcar y canela. En la bodega, además de las cubas con el vino casero y los garrafones de orujo, colgaban “la mosquera” para productos perecederos, los jamones, lacones, piezas de cecina, tocinos, untazas, bacaladas, etc. y, sobre unos entablados, colocaban las hogazas de pan y los quesos comprados a los productores de Villalón que, enfundados en sus típicos blusones, iban con los carros vendiendo por los pueblos.
Teresa nos contaba a sus hijos anécdotas sobre su padre, Eusebio, al que veneraba. Para que nos hiciéramos idea de lo abundante que era, decía que iba a la plaza y siempre regresaba con una merluza o un congrio cogidos de las agallas, que llegaban al suelo. No conocimos a nuestro abuelo, pero siempre lo imaginamos caminando con una enorme merluza en la mano…
Eusebio fue un hombre fundamentalmente sencillo, bueno, generoso y trabajador, como lo atestiguan cuantos lo conocieron. Entre las personas que vivieron en su casa, conocí a Bernabé en Orense, jubilado de la Renfe, donde residía con su esposa. Recuerdo cómo lloraba contando su vida: “Fui un niño hospiciano adoptado por una familia de una misera aldea de La Cabreara. Con sólo siete años trabajaba como un adulto, desnutrido, y dormía sobre unas pajas en el establo lleno de piojos y roña. Por suerte, apareció en la aldea el caritativo Señor Eusebio a comprar ganado y sintió tanta compasión que me llevó con él en el caballo. Al llegar a Bembibre, nos fuimos directamente al patio trasero de la casa, quemó con paja los harapos que llevaba, me lavó, me puso ropa de sus hijos, me llevó a la peluquería y luego me presento a la Sra. Isabel, que me crio como un hijo mas”.
Cuantas vivencias recordaba emocionado y agradecido de su relación con la familia: las trastadas de niños, la escuela, las fiestas… Después de la Mili, ingreso en la Renfe y se casó en San Román de Bembibre. Cuando mis padre iban a Orense, se abrazaban como hermanos.
Él, Eusebio Palacio, que había sido un hombre fuerte, de buena presencia, alto, esbelto; al igual que sus hermanos Emilio, José y Mateo, campeón provincial de lanzamiento de jabalina, padeció los últimos años una enfermedad de huesos muy dolorosa. Falleció a los 64 años de edad en su querida casa, el 16 de Enero de 1.930. Al día siguiente, se celebraba en Bembibre la feria de San Antón, la mas importante del año, por lo que fueron numerosos los ganaderos y vecinos que acompañaron a su viuda e hijos en una gran manifestación de dolor. (d.e.p.).
LOS PASTORES DE MI ABUELO
He dormido en la majada sobre un lecho de lentiscos
embriagado por el vaho de los húmedos apriscos
y arrullado por murmullos de mansísimo rumiar.
He comido pan sabroso con entrañas de carnero
que guisaron los pastores en blanquísimos calderos
suspendidos de las llares sobre el fuego del hogar.
Y al arrullo soñoliento de monótonos hervores,
he charlado largamente con los rústicos pastores
y he buscado en sus sentires algo bello que decir…
¡Ya se han ido, ya se han ido! ¡Ya no encuentro en la comarca
los pastores de mi abuelo, que era un viejo patriarca
con pastores y vaqueros que rimaban el sentir!
Gabriel y Galán