El próximo miércoles 19 de febrero, a las 19:30 horas, en la Casa de la Culturas, el Museo Alto Bierzo de Bembibre presenta la pieza del mes de febrero, la pieza más grande y significativa que está en archivo desde el año 2002, el «Telón del Cine Merayo».
Una obra que se mostró en 1923 en la inauguración del Teatro, compuesta de dos piezas realizadas en el Val de San Lorenzo y pintadas por Demetrio Monteserín Beberide en Villafranca del Bierzo. Fue encargada por los administradores y el técnico del cinematógrafo y liceo de Bembibre, Eduardo Criado Carro, Alfonso Maestro Blanco y Demetrio Merayo Álvarez. Fue donada por Mercedes Alonso.
Y a medida que se acerca el desenlace final, intuimos que nada puede alterar el curso de los acontecimientos, por lo que al igual que hace más de tres mil años hiciera el egipcio Sinuhé, nos adentramos en un mundo en constante evolución, en un mundo acrisolado con la materia con la que se forjan los sueños y donde un hombre justo puede cambiar su destino y llegar a convertirse en “protector de los desamparados y desvalidos”, en “cruzado de las causas nobles” o en el mismísimo “Álvaro Yáñez, Señor de Bembibre, el epónimo caballero templario, que hizo eterno el amor que sentía por su adorada Beatriz….”.
Esto es, tal vez, lo que ha fluido por la mente de cineastas de renombre como: José Antonio Rodríguez Artola, el más preclaro de los hijos de Atenea (que oculta su semblante bajo el pseudónimo de “León Artola”); José María Martín Sarmiento, el director que acrecienta su leyenda con títulos tan significativos como: “El Filandón”, “Wólfram” o “Los Montes”; Gabriel Folgado Álvarez, nuestro entrañable “Beli”, el discípulo más aventajado de Mnemósine y Talía, con obras inolvidables impregnadas del sentimiento y clasicismo que emana de: “Vilapicardo”, “La Embajada Toscana”, “Paisajes Interiores” y “Ancestral Delicatessen”; y Valentín Carrera, un caballero de otro tiempo, que ha recogido el guante de desafío de Alberto López Carvajal (de llevar al cine la novela de “El Señor de Bembibre”) y lo enarbola como divisa en los torneos escenográficos.
Y como no, de aquellos apasionados del séptimo arte, como los “Merayo”, una saga de acreditados cinéfilos (descendiente de aquellos vikingos asentados en esta tierra por el rey Ramiro), que se inicia con Demetrio Merayo Álvarez y prosigue con sus herederos Rafael Merayo Domínguez y Rafael Merayo Cea; o por virtuosos del dibujo, como Juan Antonio Velasco Valbueno, el cartelista del Teatro “Emperador” de León, un enamorado del cinematógrafo desde los cinco años. La proyección en Bembibre de “Morena Clara”, protagonizada por Imperio Argentina, le fascinó tanto, que llegaría a dar vida con su pincel a las divas y mitos de la edad dorada del cine.
Todos ellos, de una u otra forma, son y fueron estrellas de la gran pantalla, estrellas que con su perseverancia y la maestría escénica de la que hacen gala, lograrían hacer realidad los sueños que nos acompañan desde la más tierna infancia, Y es que al fin y al cabo, la mejor producción filmográfica, es la que ponemos en escena, en el instante en que abrimos los ojos y grabamos en nuestra retina la maravillosa panorámica visual, que día a día hace diferente nuestra existencia.
Este mundo onírico en blanco y negro, es el que parece desprenderse “de aquellas películas, de unos veinte segundos de duración”, impresionadas en 1891 por Thomas Alva Edison, en su Kinetoscopio. Como también de las primeras imágenes en movimiento captadas por los hermanos Auguste y Louis Lumière, inventores del cinematógrafo y proyectadas al público el 28 de diciembre de 1895, en el “parisino Grand Café del Boulevard des Capucines”. Iconos de ilusión que Georges Méliès, el “mago del espectáculo”, trocará en la antesala del cine del séptimo arte, al introducir en sus creaciones textos urdidos con un hilo narrativo preciso y al emplear en la trama argumental efectos inherentes al teatro y a un mundo irreal, aventurando además el color al aplicar pigmentación a algunos de sus filmes. Con Méliès el celuloide se aleja de la corriente realista y documental que le dio su razón de ser y se adentra en el de la ficción, que ha marcado desde entonces los proyectos de las sucesivas empresas cinematográficas.
El nuevo invento comienza a generalizarse en España en 1896, exhibiéndose los primeros filmes en Madrid. Quince años más tarde, el “cinematógrafo público” llega a Bembibre de la mano del fotógrafo Demetrio Merayo Álvarez, un entusiasta de la filmografía del momento y de la obra del nocedense “León Artola”. La proyección de las “películas de cine mudo de la casa Pathé de París” tenía lugar en el transcurso de las Fiestas del Cristo, en el marco incomparable de la Plaza Mayor, colocando la cámara en la “vivienda de la familia Otero” y la pantalla (una sábana blanca) sobre la fachada de la iglesia parroquial. En Bembibre, el primer local donde Merayo proyectó cine mudo fue en el Barrio de La Fuente, en la “casa del Marujo”. Aunque posteriormente el general Siro Alonso de la Huerta, propietario del Teatro “Gil y Carrasco”, asumirá el reto de dotar a la localidad de una sala de proyecciones acondicionada, al abrir en su liceo un cinematógrafo.
Demetrio Merayo además de impartir cine en Bembibre, solía acudir con su cámara portátil a otras zonas del Bierzo y de su entorno. Y con el tiempo, entrará a formar parte, en calidad de técnico de filmografía, de la primera Compañía Cinematográfica fundada en Bembibre por los industriales Eduardo Criado Carro y Alfonso Maestro Blanco. Y cuyo principal objetivo era potenciar el séptimo arte, partiendo de esta premisa alquilan el teatro “Gil y Carrasco” y lo renuevan totalmente. Encargando al laureado pintor villafranquino, Demetrio Monteserín Beberide, un telón de grandes dimensiones, en el que aparezca representado el puente del río Boeza, a su paso por la “villa del último templario”.
La apertura al público del nuevo liceo se programa para el 13 de septiembre de 1923, víspera de la “Semana Grande de Bembibre” y para dar mayor notoriedad al acto se va a representar la gloriosa novela de nuestro inmortal paisano Gil y Carrasco “El Señor de Bembibre”, teatralizada por el insigne vate ponferradino, D. Mateo Garza y cuyos papeles desempeñarán aficionados de la villa…. Además, la recién creada sociedad cede a los representantes de la empresa “Cinematográfica del Norte, S. A.”, Genaro Fernández Martínez y Teófilo Ruipérez Trobajo, la contratación de películas y compañías de comedias y zarzuelas, como la “de Eduardo Sopena, en la que se destaca la bella y gentil primera dama, Pilarcita Sopeña. ¡Liana Gracián¡…”.
En 1924, la labor realizada por aquel grupo de emprendedores no pasa inadvertida para el cronista de Bembibre, Alberto López Carvajal, que ve “como han logrado que el público de la villa se aficione al cine, restando con ello parroquianos a la embrutecedora taberna, al poner en escena la bonita y religiosa cinta ¿Quo vadis? Y habiendo programado para el domingo, un filme rodado en el pueblo alemán de Oberammergan, “La Pasión y Muerte de Nuestro Señor Jesucristo”. Por otra parte, en las Fiestas Patronales, estrenan la película de “León Artola” impresionada en Argentina, “Leoneses en América”.
Por aquellas calendas, Merayo, se erige en el verdadero mentor del consorcio, de ahí que la Administración de Contribuciones de la Provincia de León, le exhorte a que de razón puntual y precisa del aforo del liceo, del precio de las localidades y de las “funciones de cinematografía y teatro que se han de representar”.
La correspondencia epistolar mantenida a lo largo de varias décadas entre Alberto López Carvajal y José Antonio Rodríguez Artola, nos ayuda a conocer un poco más las efemérides del mundo del séptimo arte. Nuestro laureado cineasta pretende desplazarse a Bembibre y filmar el 29 de junio de 1927, la tradicional “feria de San Pedro Apóstol”. Viaje que a la postre tendrá que posponer, al haber alcanzado un principio de acuerdo con una empresa americana para rodar una serie de películas en aquel continente. A su vez, Alberto le anima a que prosiga con la adaptación de “El Señor de Bembibre”, y le recuerda que con la filmografía que ha producido en España (“Mientras la aldea duerme” y “El pollo pera”) y en Argentina (“La ley del hombre”, “Ave de rapiña” y “La baguala”), no le han de faltar mecenas en la colonia leonesa de ultramar para poder llevarla al cine. Tiempo después, en 1933, Artola planea acercarse a Noceda y filmar las “faenas de la recolección”, pero como ya ocurriera anteriormente, tampoco esta vez el desplazamiento se materializaría.
Un hito cronológico de gran trascendencia para la capital del Boeza fue la llegada del cine sonoro el domingo, 15 de abril de 1934, de la mano de Demetrio Merayo, que contrató su instalación a los técnicos bembibrenses, Manuel y Adolfo López González, “dos artistas semidesconocidos que se formaron en Argentina y aplicaron sus conocimientos con éxito en dos cines de Oviedo”. Con ello, Bembibre pasó a ser la tercera población de la provincia (tras León y Astorga) en disponer de tan anhelada innovación. Periodo en que se acomete también la rehabilitación del decorado de los palcos y de la policromía del techo, que se orla con tres medallones pintados con escenas costumbristas inglesas, obra del artífice villafranquino, Tomás López.
Artola, estrena el 23 de abril de 1934 el filme “Sol en la nieve” en el Monumental Cinema de Madrid, su última producción de cine mudo; a la que seguirá en 1935 su primera película de cine sonoro “Rosario la Cortijera”, una zarzuela interpretada por Estrellita Castro y el Niño de Utrera. El epílogo final a su brillante carrera cinematográfica es “Rinconcito madrileño”, un melodrama costumbrista rodado en 1936, en la capital de España. La huella de este hijo predilecto de Noceda se pierde en 1937, en una ciudad desgarrada por la guerra. Y aunque Carvajal hará todo lo posible para localizarlo, un manto de silencio presagia su desaparición definitiva. Más tarde, Alberto llegará a conocer por un componente de su equipo de montaje, que «el guion literario que escribiera Artola para filmar El Señor de Bembibre, lo tiene en su poder una importante compañía cinematográfica de Madrid”.
Ya en los cuarenta, el número de salas se incrementará, al solicitar en 1947, el empresario Leopoldo Gago Fernández, la construcción del Cine Gago, dotado de modernas instalaciones y de un sistema de proyección en cinemascope. Los Merayo no se amedrentarán por ello y se plantearán la reforma del viejo Cine Merayo, que abre nuevamente al público en 1957. Tiempo después, se inclinarán por la edificación de un cinematógrafo de nueva planta, el Cinema Paz, que se inaugura el 28 de junio de 1964 con “La verbena de la paloma”. Pero como en toda película, las historias tienen un final y así, unos años más tarde, en 1967, el Cine Merayo bajará el telón para no volver a levantarlo.1)
Todas las fotografías,
salvo las expresamente indicadas,
son autoría del Museo “Alto Bierzo”.
Notas y elementos que pueden contribuir a
ampliar el conocimiento sobre esta pieza del mes.
Si puede/quiere contribuir a ello, contacte.
Situación del «Telón del Cine Merayo» en el Museo “Alto Bierzo”
Desplace la imagen con su ratón o su mano.
Pulse los iconos, experimente e infórmese en
Museo "Alto Bierzo" Virtualizado
Referencias bibliográficas que pueden contribuir a ampliar el conocimiento sobre el tema tratado.
Si conoce otras referencias a incluir,
por favor, contacte.